miércoles, 20 de enero de 2010

En tu vientre, desde mis brazos.

En tu vientre fui concebido y formado, en tu pecho fui amamantado. Tus manos y tus labios me enseñaron el amor incondicional. Me diste tus días y tus noches, tu energía y tu cansancio. Me enseñaste a caminar, a hablar, me permitiste sentir y pensar.
Nunca, ni por un segundo, me abandonaste. Me calentaste y me curaste, me cubriste y me alzaste. Cuando mis actos lo ameritaron, me regañaste y me explicaste.
Todo lo que hiciste, lo hiciste sin esperar nada a cambio, ni de mí ni de nadie, porque fuiste dación encarnada, porque fuiste vida. La tuya fue una luz propia. No necesitaste lujos ni parafernalia. Llenaste cada espacio visitado. Tu sola presencia bastaba.
No te hizo falta asistir a una universidad para ser nuestra maestra, profesora, enfermera, doctora, psicóloga, asesora, motivadora, abogada, relacionista pública, chef, consejera y guía espiritual. ¡Que va!, no habría título posible que cubriera tus destrezas y habilidades. En mi caso, además de muchas otras cosas, fuiste también mi compañera de brigada en los bomberos, mi directora técnica y asistente en ciclismo, mi ingeniera consultora y mi única fan como percusionista.
Fuiste, para decirlo directo, mi faro y mi bastión. Imposible sería retratarte con palabras, pero si se me obligase a nombrar tres características tuyas, esas serían: fortaleza, alegría e inteligencia emocional.
Tu fortaleza era descomunal, nada humano podía destruirte. Venciste, gracias a esa fuerza y tu fe inquebrantable, al cáncer de seno, a décadas de un soplo en el corazón con sus arritmias y taquicardias, a varias cesáreas y otras tantas operaciones, a dos cobardes asaltantes armados y encapuchados que irrumpieron en tu casa y, en el acto, protegiste a Valeria. Solo por mencionar algunos ejemplos.
Tu alegría era contagiosa, porque era pura y sincera. Nadie que te haya conocido podrá olvidar tu sonrisa y espontaneidad. Alegría por la vida pintada en el rostro. Tu pelo y tus ojos fueron manifestación radiante de tu ser y reflejo de tu alma, hasta el último día.
Tu inteligencia era innata, genuina, de la que no se puede estudiar y mucho menos pretender copiar o comprar. Esa inteligencia emocional te permitió vivir a plenitud, solventando las pruebas y escollos del camino, hasta lograr realizarte como mujer y formar una familia que hoy te ama, te respeta y te recuerda a cada instante.
Un día antes de tu partida, me confesaste que te gustaría que, cuando Dios te llamara a su Reino, pudieras morir sin agonía, en un instante. Y así fue, porque Dios todo lo hace perfecto.
La noche siguiente, cuando ya habías podido volver a tu casa, ponerte tu ropa y comer en tu mesa, desde mis brazos te impulsaste para tu vuelo supremo. Sin dolor, sin sufrimiento, sin angustia, sin una sola exclamación de pena. Dios, en su infinita misericordia, así lo permitió.
A todos nosotros nos corresponde ahora dejarte volar libre, sin ataduras hacia el Cielo y hacer que tu huella, tu recuerdo y tu legado sean eternos.
“Chiquitita no hay que llorar, las estrellas brillan por ti allá en lo alto, quiero verte sonreír para compartir tu alegría, Chiquitita”. (ABBA)
Gracias por todo Mami, te amo.
Mauricio.

Vuelo supremo.
Quiero vivir la vida aventurera
de los errantes pájaros marinos;
no tener, para ir a otra ribera,
la prosaica visión de los caminos.

Poder volar cuando la tarde muera
entre fugaces lampos ambarinos
y oponer a los raudos torbellinos
el ala fuerte y la mirada fiera.

Huir de todo lo que sea humano;
embriagarme de azul…ser soberano
de dos inmensidades: mar y cielo.

Y cuando sienta el corazón cansado
morir sobre un peñón abandonado
con las alas abiertas para el vuelo.
Julián Marchena.