lunes, 19 de septiembre de 2011

Pacíficos siempre, menguados nunca.

Repasando las letras de los himnos patrios, nos encontramos con nuestra verdadera identidad: gente sencilla, con vocación pacifista, trabajadora, honesta y muy valiente. Claro está, una cosa es no tener afán de agresión y otra muy diferente es tener disposición a ser mancillado. Esa última nunca ha sido nuestra razón de ser.

Veamos extractos de algunas estrofas de esos himnos que tanto nos enorgullecen:
“Sepamos ser libres no siervos menguados, derechos sagrados la Patria nos da.”
“Nuestro brazo nervudo y pujante contra el déspota e inicuo opresor a los ruines esbirros espante.”
“Las cadenas rompió del pasado las que fueran pacífica grey y los libres su vida han sellado con su sangre por Patria y por Ley.”
“Y baluarte serán nuestros pechos contra el yugo de inicua opresión.”
“Tumba sea del bravo soldado el pendón blanco, rojo y azul.”
“La defiendo, la quiero la adoro, y por ella mi vida daría.”
“¡Salud, noble atleta! tu nombre glorioso un pueblo que es libre lo aclama hoy por doquier: un pueblo que siempre luchó valeroso, pues sabe que es grande, "cual tú", perecer.”
“Y al trocar la herramienta sagrada por el rifle cubierto de gloria, en el libro inmortal de la Historia vuestro nombre por siempre quedó.”
“Cuando alguno pretenda tu gloria manchar, verás a tu pueblo, valiente y viril, la tosca herramienta en arma trocar.”

De hecho, algunas de nuestras páginas más memorables han sido escritas con sangre y fuego. No en vano supimos defender nuestra soberanía de invasores externos y supimos restablecer el orden jurídico y electoral, empuñando las armas. Es más, cuando producto de la última revolución o guerra civil, se proscribió el ejército como institución permanente, nuestros legisladores dejaron claro que los ciudadanos podríamos constituirnos en ejército para defender nuestra soberanía.

Es decir, no caigamos en el discurso facilista que nos vienen machacando desde hace 25 años, de que somos un palomito blanco con una ramita de olivo en el pico, incapaz de defenderse porque manchamos nuestras alitas, le sonará muy romántico a algún expresidente, sus lacayos y una que otra ONG, pero no representa el sentir del costarricense.

Junto con el Alvarado y el Herrera, siento también con orgullo en mis venas un torrente de sangre con olor a Presbere, Mora y Cañas dispuesto a defender Costa Rica del tirano invasor; y con tinte de Marshall, Starke y Cardona, listo para aplacar al déspota interno.