domingo, 23 de octubre de 2011

¡Feliz cumpleaños, Maestro!

Excelente artículo del maestro Sagot, sobre el maestro Liszt, publicado hoy en Ancora, de La Nación.

Ayer, sábado 22 de octubre de 2011, se cumplieron los doscientos años del nacimiento de Franz Liszt. ¿Quién era este señor? En primer lugar, uno de los compositores señeros de que guardamos memoria. En segundo lugar, el más grande pianista de todos los tiempos, creador del moderno concepto del virtuoso, del héroe cultural, del ídolo de las multitudes. En tercer lugar, un director de orquesta extraordinario que, durante los años en que fungió como maestro de capilla de la Corte de Weimar, hizo de esta la mejor orquesta del mundo.

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a los 75 años, en marzo de 1886, meses antes de su muerte.

En cuarto lugar, Liszt fue un organista de enorme fuste,primus inter pares de Cesar Franck y Anton Bruckner. En quinto lugar, el más hábil transcriptor de la historia de la música (transcribió para piano las nueve sinfonías de Beethoven, la Fantástica de Berlioz, preludios y fugas de Bach, óperas completas de Verdi, Wagner, Gounod, Meyerbeer: concentrar, en una partitura apta para diez dedos, una música compuesta para orquestas, solistas y coros de centenares de integrantes).

En sexto lugar, Liszt fue un arreglista excelso, quien transcribió y ornamentó canciones de Schubert y Schumann, integrando la parte del canto al discurso pianístico. En sétimo lugar, un ciudadano del mundo, un cruzado de la música, un paladín de la obra de sus colegas, vivos y muertos.

En octavo lugar, fue un intelectual de gran vuelo, cuyas lecturas incluían a los grandes clásicos: el modelo del humanista decimonónico. En noveno lugar, un místico, un hombre de hondas inquietudes religiosas, que tomó las órdenes menores y se convirtió en el “abate Liszt” (“franciscano y gitano” se llamaba a sí mismo).

En décimo lugar, Liszt fue uno de los hombres más nobles y magnánimos que han alentado sobre la faz del planeta. En suma, el “músico completo”. Franz Liszt se posó sobre su siglo como un águila sobre el peñasco.

Inventó la modernidad. La conmemoración del bicentenario de su nacimiento es un pretexto. Si divulgamos la música de Liszt es porque el siglo XXI lo necesita desesperadamente. Dejemos de lado su peso inmenso en la historia de la música: ya sabemos que prefiguró la música de Debussy y Ravel, y que fue aun más lejos, anticipándose al lenguaje atonal de Schönberg (pensemos en su Bagatela sin tonalidad).

La primera serie dodecafónica avant la lettre de la historia de la música la encontramos en el leitmotiv del protagonista de su Sinfonía Fausto, sesenta años antes de que Schönberg planteara las bases del dodecafonismo.

Liszt creó la forma conocida como “poema sinfónico”: sin él, las grandes obras análogas de Strauss serían inconcebibles. Fue un maestro en la técnica de la transformación temática. Cultivó y desarrolló la forma cíclica como nadie lo había hecho, tendiendo un nexo directo entre Berlioz y Franck.

En su Sonata en si menor se las arregló para crear una obra en un solo movimiento' que en realidad contiene, a nivel de sus secciones internas, los cuatro movimientos de una sonata clásica. Liszt unificó la forma concierto, haciendo de él una obra continua en la que los movimientos se imbrican los unos en los otros y comparten su material temático.

Wagner sería impensable sin él. El cromatismo de Tristán e Isolda está ya anunciado en muchas páginas lisztianas. Transformó el piano en un instrumento-orquesta, inventando colores y texturas nuevos, creando la moderna escuela de interpretación pianística, reinventando prácticamente el instrumento, dotándolo de la paleta sonora de una verdadera orquesta sinfónica. Creó la noción del piano percusivo de Bartók y Prokofiev'. Eso y mil cosas más.

Sin embargo, eso está bien para los músicos. El hombre del siglo XXI necesita a Liszt por su deontología de artista; por su ética; por su generosidad; por su idealismo; por su engagement apasionadísimo en cuanta causa se enrolaba; por su aspiración a la trascendencia bajo la forma mística y estética; por haber hecho, de su arte, una religión; por su naturaleza totalmente depurada de mezquindades (era capaz de divulgar con entusiasmo la obra de colegas que –él lo sabía– lo detestaban y difamaban); por su ejemplo como colega y artista; por su búsqueda y celebración de la belleza por doquier la encontraba; porque apoyó a todos los jóvenes compositores que a él se aproximaron en busca de consejo; porque, siendo el más grande pianista que haya existido, jamás cobró un céntimo por sus lecciones, que asumía como un apostolado; porque fue –es difícil disputarle este título– el artista más noble y magnánimo de su era.

Después de ser dueño de toda Europa, murió en la austeridad, con sus sotanas, sus libros (la Biblia, Fausto,La divina comedia, El paraíso perdido, las Meditaciones poéticas de Lamartine, las reflexiones del escritor católico Lammenais), y un piano desafinado al que le faltaba el do central (!), viajando por toda Europa para auspiciar, con su presencia, los encuentros musicales que jalonaban su siglo.

Necesitamos a Liszt, hombres que se dan por entero a su misión sobre la tierra, y que nos permiten –por momentos siquiera– reconciliarnos con esa terrible especie que es la raza humana.

Hechicero y pianista luciferino. Es así como Schumann –quien era un crítico de extraordinaria lucidez, además de un gran compositor– describe las ejecuciones de Liszt: “El Demonio comenzaba a agitarse en él' Primero tocaba como tanteando, como probando a su público, hasta que algo más profundo emergía de él y cautivaba irremediablemente a su audiencia, haciendo con cada miembro del público lo que le daba la gana. Con la excepción de Paganini, ningún artista ha tenido nunca tal poder para subyugar a su audiencia' Los hacía flotar, los levantaba, los sostenía, los dejaba caer' En cuestión de segundos Liszt pasaba de la ternura a la audacia, de lo más exquisito a lo más salvaje. El instrumento resplandecía bajo sus manos. No hay duda de que el arte de Liszt debe ser visto: no basta con ser oído. Mucho de su magnetismo y de su poesía se perderían si tocase detrás de un biombo”.

Esa última observación es muy significativa: el poder de Liszt sobre su audiencia, la hipnosis en que la sumergía tenía mucho de visual y procedía de la presencia física del virtuoso-prestidigitador, un concepto muy moderno del artista.

Mucha de esta prestidigitación la encontramos en sus dos conciertos para piano, pero también una poesía y una sustancia musical que ha sido con frecuencia ignorada por pianistas deseosos de desplegar únicamente sus destrezas técnicas.

Los dos conciertos son obras maestras de primera magnitud, pero el público ha desfavorecido el segundo –más abstracto, más demandante intelectualmente– por la razón que apuntaba Jean Cocteau: “Al buen burgués abonado a las temporadas sinfónicas le interesa más reconocer que conocer”; o sea, volver a oír lo que ya ha oído mil veces, en lugar de aventurarse a conocer algo nuevo.

Vanitas vanitatem'Para sus conciertos, Liszt solía pedir dos pianos, con los teclados apuntando en direcciones opuestas. Después del intermedio, se pasaba de un instrumento al otro. Preguntado alguna vez sobre la significación de este gesto, respondió: “Es que no quiero privar al mundo de ninguno de mis dos magníficos perfiles”.

No cobraba por sus lecciones de piano, pero requería, eso sí, que al terminar la clase, el alumno le besara la mano. Francamente, ante un ser humano de esa magnitud, ¿quién no lo haría?

Aun siendo abate, escogía coquetamente el color de las hebillas de sus zapatos, de manera que este armonizara con su espléndida melena gris. Al final de su vida, su asistente le cortaba, mientras dormía, trocitos de pelo para ir a venderlos entre las multitudes a precio de oro.

En sus recitales tocaba una primera parte integrada por obras de sus más distinguidos colegas, y en la segunda se dedicaba a improvisar: complacía los caprichos de la audiencia: lo que le pidiera (arias operáticas de moda) él se lo concedía.

Entonces “rapsodizaba” (fue uno de los grandes improvisadores de la historia de la música: destreza que se ha perdido y que hoy los conservatorios no cultivan) sus famosas “paráfrasis”; esto es, variaciones de virtuosismo sobre los temas que le eran solicitados. ¿Quién puede hacer eso hoy en día?

Con frecuencia provocaba desmayos entre su audiencia femenina (es un hecho perfectamente documentado). De él dimanaba una carga de sexualidad irresistible: era un hombre de una apostura física sin par.

Al registrarse en los hoteles, durante sus prolongadas giras de conciertos, respondía así las preguntas del hostelero: “Profesión: Músico-filósofo. De dónde viene: De las dudas. Hacia dónde se dirige: Hacia la Verdad”. ¿No es así cómo deberíamos registrarnos todos en cualquier lugar al que lleguemos?

Después de haber raptado a la condesa Marie D’Agoult para llevársela a vivir en las idílicas márgenes de los lagos de Suiza (donde compuso sus Años de peregrinaje), después de un tormentoso affaire con la fogosa bailarina Lola Montes, después de varias aventuras más o menos notorias (en cuenta una poco conocida liaisoncon la escritora George Sand), un amigo le dijo: “Mi querido Franz: esto va a arruinar tu biografía”, a lo cual respondió: “Yo no tendré biografía: eso es para Bach, Mozart, Beethoven”. Ahí se equivocó de plano.

Una vez en que le preguntaron por qué consagraba tanto tiempo a la obra de sus colegas y no trabajaba más en su legado, se limitó a decir: “No importa: yo sé esperar”. Esperó su turno, sí, y la historia se lo concedió. Hoy en día, la música de Liszt es redescubierta por el mundo entero, proliferan las grabaciones de su obra integral, y solo en Francia se han organizado este año doce ciclos de su opera omnia pianística, en maratónicas de recitales ofrecidos por los más grandes solistas de la actualidad.

¡Salud, Maestro! ¡Cómo nos hacen falta hombres como usted, en este cínico, mezquino, materialista, demencial mundo que hemos construido, y que ahora estamos condenados a habitar!

JACQUES SAGOT jacqsagot@gmail.com



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